Introducción

Doy gracias a Dios, con cuya bendición se elaboran las obras más pías y que a través de la iluminación de Su profeta endereza el sendero de la vida. El Creador honró al hombre con su mandato; le mostró los dos senderos y le concedió el conocimiento y la voluntad sobre los que fundar los cimientos de su propia responsabilidad. De este modo, quien practique el bien, recibirá el bien, y quien no lo haga, obrará en su contra.

Desde hace casi medio siglo me desplazo, con frecuencia, por Occidente –Europa y América Latina– donde me dedico al estudio de las diferentes comunidades islámicas; su situación, sus necesidades y aspiraciones dentro de la sociedad en la que viven, además de sus relaciones con los países del mundo musulmán, sus agrupaciones, entidades y ulemas.

Durante este tiempo no me he contentado con desempeñar la función de un mero puente por el que pasan las informaciones o las iniciativas en ambas direcciones, sino que me esforcé en analizar la realidad social en estos países y la naturaleza de la relación existente entre las instituciones islámicas y la sociedad civil. De igual modo analicé la relación que éstas establecían en el ámbito político, educativo y con los medios de comunicación existentes. Por último, analicé la relación existente entre ellas y las organizaciones religiosas con las que conviven en el contexto de un único país y una sola cultura.

La globalización de la cultura y la economía contribuyó a que las comunidades musulmanas concibieran el Islam –como sistema religioso, cultural y económico– más allá de su relación entre el Creador y el creado, como un sistema integrador y complementario.

Sin embargo, serios obstáculos impedían el acercamiento de las verdades del Islam a cuantos no creían en él como religión, visión y destino. Probablemente, un obstáculo importante fuera el de la falta de referencias científicas y de aproximación, que pudieran estar al alcance de los no musulmanes interesados en el Islam. Éstas se basaban en las ideas expresadas por algunos «escritores expertos» en la historia de las guerras coloniales y por algunos fanáticos que acompañaron a los misioneros, y apoyaban los textos de ciertos orienta- listas que se dedicaron a tergiversar tanto la historia del Islam como la realidad social de los musulmanes. Tampoco debemos olvidar los centros de «estudios estratégicos» que se consagraron a «satanizar» un islamismo al que consideraban «enemigo externo» que debían combatir y debilitar.

Sin embargo, la vida progresa, las mentalidades cambian y los orientalistas de hoy son más académicos y neutrales que sus antecesores, debido a que sus referencias se han diversificado y sus análisis van mucho más allá de lo que escribieron sus predecesores.

Aún así, es nuestro deber, como musulmanes, dar a conocer la verdadera identidad de nuestra civilización cimentada sobre el legado de nuestros antecesores, en un lenguaje inteligible, con una fraseología y un estilo que plazcan a nuestros contemporáneos y, cómo no, con una terminología adecuada al contexto actual.

Y, precisamente, es aquí donde nuestra responsabilidad se hace más evidente, al tiempo que se detienen nuestros reproches a los que atribuyen al Islam lo que no tiene.

Sin lugar a dudas, cada religión tiene tras sí una larga historia, que sus adeptos sostienen mediante textos, argumentos e ideas.

El Islam, por su parte, no pretende escribir su historia ni sus textos y tratados de forma inamovible, sino que intenta actualizarlos transformándolos en vehículos que vayan por el mundo, lo coloreen con los espléndidos colores de la vida, reverdecida con el rocío del alba; florezcan y ofrezcan sus frutos gracias a la fortaleza de sus raíces, cada vez que la civilización necesite evolucionar e innovarse.

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